Uno de los principios más interesantes del hinduismo es el de las tres gunas, pues explica de una manera muy sencilla y clara cómo se relacionan las diferentes cualidades del individuo y el mundo que le rodea:
- Tamas: la ignorancia/inercia.
- Rajas: la pasión/actividad.
- Satva: la sabiduría/equilibrio.
Mediante la observación sin juicio es sencillo ver cómo actúan estas tres gunas a nivel mental, que es el que hoy nos interesa. Basta con que observes tu mente durante unos instantes para ver cómo, de manera involuntaria, surgen pensamientos involuntarios como reacción a cualquier estímulo, ya sea interno o externo. Esa es la esencia de Tamas: la incercia mental, que lleva a repetir constantemente los mismos patrones de pensamiento. Estos patrones se suelen manifestar en forma de miedos, jucios, ideas… es decir, en forma de pasado. La cuestión es: ¿es posible cambiar esa inercia y desarrollar una mente en equilibrio?
El Baghavad Gita es uno de los textos que mejor explican las tres gunas y su influencia sobre el «Yo Soy» |
La acción sin fruto, clave para el desarrollo de Satva
Uno de los mayores obstáculos al despertar es, precisamente, su búsqueda. Intentar llegar a ser lo que uno no es, a ver lo que uno no ve o alcanzar algo que ahora no tiene es una de las maneras más efectivas de alejar la paz interior, pues el despertar siempre dependerá de un hipotético futuro, un futuro que nunca llegará.
Pensémoslo un momento: si tu estado actual es el de buscar algo, implica que no lo tienes, que no está en ti. Esa será la experiencia que manifestarás y la inercia que crearás en tu mente. Bajo esta inercia, el «yo» siempre está buscando un objetivo, ensimismado en su propia búsqueda. Cada acción parece exigir su fruto, su recompensa y así es como se crea el conflicto entre «lo que es y lo que debería llegar a ser». En torno a esta idea de necesidad, de no tener, es como se desarrollan las pautas de la historia personal que tan arraigadas parecen estar en la mente.
El resultado de toda búsqueda debe ser justo el contrario: dejar de intentar alcanzar algo que no está en ti y aceptar lo que ya eres. Sólo así podrás estar en paz con el momento presente, con el mundo que te rodea y responder de una manera espontánea, viva, sin patrones pasados. Y la única forma de llegar a esa aceptación es, como siempre, la observación sin juicio, sin objetivos personales, sin búsquedas.