El primer paso para descubrir nuestra paz interior es practicar la observación sin juicio, como ya he explicado en otras ocasiones. Debemos llevar nuestra atención hacia el origen de nuestro sufrimiento: el Yo soy. Sólo cuando surge este pensamiento raíz, surgen los miedos, prejuicios, traumas y sufrimientos asociados a él. De él surge la separación, el conflicto y se crea una historia personal en torno a un yo irreal.
Si observamos nuestros pensamientos, veremos que todos responden a una serie de ideas formadas en nuestra memoria, aprendidas o forjadas a través del filtro de nuestra propia ilusión de «ser alguien». Nuestras respuestas a cuanto sucede a nuestro alrededor son casi siempre antiguas, automáticas, basadas en unos mecanismos nacidos únicamente de la memoria. Actuamos la mayor parte del tiempo de manera involuntaria, pensando que todo aquello que sucede en nuestra mente «somos nosotros». Es lo que yo llamo «vivir con el piloto automático», pues realmente es eso lo que sucede: no tenemos ningún control de nuestras acciones y además estamos absortos en un estado de sueño que nos impide ver la realidad.
Todo cuanto existe tiene lugar en el campo de conciencia única del Ser, pero el Ser no está contenido en todo ello. |
Conócete a través de lo que no eres
El Ser real no puede verse a si mismo ni puede ser visto. Todo cuanto existe sucede dentro de su conciencia, pero no puede volver la vista a si mismo. Por este motivo, todo aquello que puedas ver, observar, contemplar o sentir, no eres tu. Podemos tomar como ejemplo el ojo humano. Un ojo nunca podrá verse a si mismo, por mucho que lo intente. Todo aquello que el ojo puede ver no es el ojo. Lo más parecido a si mismo que podrá encontrar será su reflejo en un espejo, o en una fotografía, pero seguirá sin ser el propio ojo.
Esto es lo mismo que sucede contigo: todo aquello que puedes ver, no eres tu. Encuentra tu propio ser a través de la negación de todo aquello que puedes ver, sentir, pensar o intuir, pues en todos los casos se trata de objetos externos. El propio testigo, el «yo soy» que aparentemente permanece constante durante toda tu vida, es sólo un objeto más, pues con una atención clara y atenta serás capaz de observarlo, constatando que esa no es tu realidad última.