¡Hola de nuevo a tod@s! Con este post sobre controlar las emociones, retomo la actividad de mi blog, después de un tiempo de «retiro» motivado principalmente por mis obligaciones profesionales y, por qué no decirlo, porque a veces también es bueno mantener silencio durante un tiempo, dejar que todo vuelva a fluir a su debido momento… Y, como primera entrada de esta nueva etapa, me gustaría comenzar hablando de una cuestión que se repite hasta la saciedad a mi alrededor: la necesidad de las personas de reprimir las emociones, de mostrarse siempre bien ante los demás. Este es un comportamiento muy nocivo en realidad, como podría explicarnos cualquier psicólogo, pero parece que las convenciones sociales empujan a la persona a actuar como si todo estuviese bien, como si no tuviese sentimientos o como si nada le importase. ¿Te has sentido así en alguna ocasión? ¿Has sentido esa necesidad de reprimirte, de no dejar que los demás vean que estás mal? Estoy seguro de que sí, y eso mismo es lo que te impide controlar las emociones en muchos momentos.
¿Quién te obliga a reprimir las emociones?
Esta es la primera cuestión que debemos plantearnos cuando hablamos de controlar las emociones.. ¿Quién dice qué está bien y qué no? ¿Quién te obliga a reprimir las emociones, a actuar como si siempre estuvieses bien? ¿Te lo has preguntado alguna vez?
En realidad, podríamos decir que hay varios niveles de «responsabilidad» en este punto:
- La sociedad materialista, basada en el consumo y la búsqueda de la felicidad a través de los bienes materiales, continuamente bombardea con mensajes del tipo «debes estar bien», «sé feliz y vive la vida» o similares. De hecho, en marketing, gestionar las emociones asociadas a la compra y, en cierto modo, manipular la psicología del consumidor es una de las claves del éxito de las grandes marcas.
- Los círculos de amistades y la familia. Seguro que, en muchas ocasiones, alguien te ha dicho una frase del tipo «yo lo que quiero es que estés bien» o «me preocupa que seas feliz». Es una intención muy sana y de agradecer, por supuesto, pero es un buen ejemplo de cómo las personas de tu alrededor, en cierta manera, «te obligan a estar bien».
- La supuesta búsqueda de la felicidad. Ya he hablado muchas veces de cómo el «yo», de una forma inconsciente habitualmente, se enfoca siempre hacia el futuro. No existe búsqueda más inalcanzable, más irreal y más dolorosa para el ser humano que la llamada «búsqueda de la felicidad«. El concepto de ser feliz o no es algo subjetivo, basado en unos indicadores cambiantes (la idea de felicidad no es igual en la adolescencia que en la vejez, por poner un sencillo ejemplo). Pero todas esas «felicidades ideales» cumplen un mismo patrón siempre: se basan en el futuro, en lo que no tenemos. En un mal momento donde estas expectativas no se cumplen, la única forma de controlar las emociones y recuperar las riendas de tu vida es aceptar tu situación y tomar perspectiva. No te reprimas, porque eso sólo te causará más sufrimiento.
Controlar las emociones pasa por aceptarlas.
Así es. No hay nada malo en sentir tristeza, ansiedad, estrés o cualquier otra emoción de las consideradas «malas». No tienes por qué ocultarlas, ni reprimirlas. Nadie tiene por qué juzgarte, ni es una deshonra sentirte así. ¿Por qué no intentas, simplemente, ser sincero contigo mismo y con la vida que te rodea? Deja de cargar tanta presión sobre tus hombros. Déjate a ti mismo sentir, llorar, vivir la vida sin tanto prejuicio. Para poder controlar las emociones, tienes que empezar por aceptarlas. Sólo así podrás tener realmente el control sobre ellas, al igual que pasa con los pensamientos.
Desde un punto de vista más científico, las emociones cumplen un papel fundamental para mantener el equilibrio y la salud mental. Cuando lloras, tu cuerpo genera una serie de reacciones químicas que te ayudan a sentirte mejor y a calmarte. Se podría decir que permiten «sacar fuera» la tristeza y dejar ir las emociones negativas. Todo lo que reprimas, todo lo que intentes callar, continuará oculto en tu memoria y no te dejará continuar con tu camino. Así que, adelante, tienes derecho a sentirte triste. Y, por supuesto, no te preocupes por el juicio de los demás. En una mente que no se juzga a sí misma, que está en paz, no hay miedo al mundo exterior. Déjate vivir, sin prejuicio y sin miedo.