Esta época del año, donde todo parece estar impregnado de un ambiente familiar y festivo, es uno de los momentos en que las personas más extrañan a sus seres queridos. La «obligación de estar feliz» que causa la navidad puede generar en todo aquel que ha perdido a alguien una sensación de vacío y dolor que, fuera de control, pueden terminar convirtiendo la festividad en un verdadero purgatorio. En realidad, cualquier acontecimiento festivo en el que la persona se vea involucrada puede convertirse en una causa de sufrimiento. ¿Por qué pasa esto? La respuesta está en el mismo lugar de siempre: la negación de lo que es y la lucha por aferrarse a un «yo» pequeño y vulnerable.
El pasado no volverá, sólo es una idea en tu memoria
Este es el primer hecho real que el «yo» se niega a aceptar. El pasado ya no existe. No hay ninguna manera de volver a revivir aquellos acontecimientos que están grabados en tu memoria. El único recurso que le queda al «yo» es recordarlos, dibujarlos de la forma más aproximada posible (siempre bajo el filtro de un punto de vista subjetivo, que suele diferir en gran medida de los hechos realmente acontecidos). Pero ese recuerdo carece de realidad, sólo es mente.
Este hecho resulta verdaderamente difícil de superar para el «yo», pues todo su mundo y toda su vida están almacenados precisamente en su memoria. Sin recuerdos, la persona no es nada, no existe. Y por supuesto, los familiares y seres queridos que ya no están han pasado a formar parte de esos recuerdos inalcanzables, que nunca podrás recuperar. Por mucho que tu mente se aferre a su imagen, a sus palabras, a las experiencias vividas junto a ellos, en el fondo sabes que ya no es lo mismo, que sólo estás reviviendo mentalmente tus propios recuerdos y tu percepción acerca de lo que significaron para ti en su momento.
¿Cómo dejarles ir entonces? Empieza por responder a algunas preguntas anteriores a esa: ¿Qué hay más allá de tu historia personal? ¿Por qué pensaste que tus seres queridos «eran tuyos»? ¿Qué es lo que realmente echas de menos? ¿Es tu imagen acerca de ellos real? La respuesta a todas estas preguntas implica necesariamente una cosa: el «yo» y «lo mío» como centro de todo.
La Rueda del Samsara ilustra muy bien cómo el nacimiento y la muerte forman parte de la propia naturaleza de la vida |
Nunca has perdido a nadie. No pongas límites a la vida.
Observa lo que te rodea en este momento, sin juicio, sin buscar nada. Sólo observa. ¿Qué ves? Seguramente tu respuesta sea parecida a estas: «un salón, una ventana, un paisaje, un cielo azul, una mesa, una silla, un libro, un pensamiento, una emoción…». Pero ve más allá de eso. ¿Qué hay detrás de lo que ves, detrás de lo que sientes, detrás de lo que piensas? Busca ese vacío, ese silencio, esa quietud. Más allá de tus percepciones sensoriales, de tus pensamientos y de tu mundo, existe una esencia inagotable, una realidad ilimitada que inunda todo lo que existe, Aquí y Ahora. ¿Eres capaz de sentirla? ¿Ha estado siempre ahí? ¿A quién pertenece?
La última pregunta es la más importante para el tema que nos ocupa. ¿Por qué has pensado que una parte del mundo es tuya y otra no? ¿En qué te basas para creer que ciertas cosas son de tu propiedad? ¿Es tu «yo» realmente tuyo? ¿Y tus seres queridos? Comprender que la vida es ilimitada, que es tu historia personal lo único que la limita y que todo está en constante movimiento, es el primer paso para entender que tus seres queridos también forman parte de ella. Aquello a lo que te aferras es sólo una imagen, una serie de recuerdos que te impiden ver lo que realmente eran tus seres queridos: parte de esa danza eterna de la vida y la muerte, del Ser sin características ni límites, exactamente igual que tú.
No te aferres a un recuerdo o una imagen de ellos. Deja que vivan y mueran, porque su verdadera naturaleza está más allá de unos cuantos nombres y formas. Son parte de ti, pero no de tu historia personal, sino de tu Ser eterno. Nunca han sido tuyos, porque nada es tuyo. La pérdida y el dolor son sólo mente. Deja que la vida continúe.
La verdadera tragedia no está en la muerte, ni en la pérdida, sino en la ignorancia de ti mismo.