El ser humano tiende a buscar siempre un objetivo, un propósito en todo lo que hace. Esto es un hecho y, en cierto modo, es necesario para el desarrollo de las tareas diarias. Por ejemplo, uno necesita trabajar y desarrollar una serie de acciones para obtener a cambio un salario que le permita comprar comida y aquello que necesite.
Pero el sufrimiento nace cuando toda acción, toda tarea, persigue un fruto, un objetivo que marca nuestra actitud y nuestra disposición hacia ella. En este caso, todo lo que hacemos se convierte en un medio, en un mero instrumento para conseguir algo a cambio. Generalmente la persona busca una recompensa ideal, un «premio imaginario» que proyecta en un futuro también imaginario, a cambio de sufrir en el momento presente. Es decir, uno hipoteca el ahora a cambio de un supuesto «futuro mejor».
Si uno es capaz de observarse con sinceridad plena, sin juicios, verá cómo en cada acción que lleva a cabo existe un deseo de conseguir algo: la aceptación de los demás, sentirse mejor con uno mismo, ser querido, demostrar su valía, ser admirado, etc. Esa proyección es la que hace que la conciencia viva constantemente en el futuro, tomando el momento presente casi como un impedimento para llegar a él. Ideas y pensamientos como «cuando consiga ese título tendré el trabajo que merezco» o «cuando nos casemos todo será distinto» dan una idea de cómo el ser humano se autoimpone un estado constante de lucha contra el ahora y lo que le rodea en este momento.
Como dije en otro post anterior, una cosa está clara: el futuro no existe. El pasado tampoco. Ni siquiera el presente. Todos ellos son una proyección de nuestra idea de tiempo que hace que experimentemos las situaciones como si tuviesen lugar una detrás de otra. Pero en realidad la conciencia es siempre la misma. La conciencia es siempre aquí y ahora y es lo único que permanece mientras todas esas situaciones van desfilando por nuestra vida. Es necesario distinguir el ahora de lo que sucede en él, diferenciar la conciencia de lo que sucede dentro de su atención. Con este cambio de perspectiva, uno podrá comprender por qué el fruto de la acción es sólo una idea, una fantasía. Por ejemplo, la meditación es un instrumento muy valioso para comprender cómo la mente continuamente necesita proyectarse en una u otra dirección, ya sea hacia el pasado o hacia el presente, pues en el ahora no existe el conflicto, no existe el miedo ni existe la expectativa.
Dejemos de perseguir un futuro inexistente y concentrémonos en vivir el ahora de manera plena. Desarrollemos cada acción, cada tarea, por sí misma, sin buscar un propósito ni una recompensa a cambio. Esto hará que la tarea en sí se convierta en su propia recompensa, pues nuestra conciencia estará despierta y no necesitaremos alcanzar nada más.
Para ilustrar estas palabras, nada mejor que este pequeño verso del Bhagavad Gitá:
«Al de obras no moldeadas en el deseo y cuyas acciones se consumen en el fuego de
la sabiduría, los doctos le llaman Sabio.
Inapetente al fruto de las obras y siempre satisfecho, de nada se ampara, no haciendo
cosa alguna aunque todas las haga.»