Como ya he comentado en otros posts, el mayor miedo del ego es la desaparación, dejar de existir. Desde el instante en que surge la idea «yo soy», el ser humano entra en un campo de dualidad que parece interminable: nacimiento-muerte, salud-enfermedad, amor-odio, blanco-negro, yin-yang… Esta dualidad nace de la idea de «ser algo», lo que implica que hay otras cosas que no somos.
El entramado de juicios, traumas y pensamientos que se forma a lo largo de la vida es sólo un añadido, fruto de esta dualidad. Y a consecuencia de todo esto, la existencia del ego se limita a una lucha incesante por sobrevivir, por permanecer en el tiempo. Pero, si observamos en profundidad, llegaremos a una conclusión inevitable: el ego no existe. La personalidad, lo que «creemos ser», nace de ideas aprendidas, de recuerdos y juicios originados a partir del «yo soy», luego es sólo un conjunto de pensamientos a los que hemos dado un sentido de identidad, pero no hay nada tras ellos. Esto hace que para el ego no pueda haber salvación, pues desde el momento en que nace ya está muerto.
Las esculturas de arena son una buena representación de lo efímero de las cosas |
La eternidad en la impermanencia de las cosas
¿Cómo podemos salir de la corriente de pensamientos en torno al ego? La principal vía es la observación: ver cómo actúa, darnos cuenta de que todos los juicios surgen de una manera automática, sin mediar nuestra voluntad real. Observar sin juicio el pensamiento impide que nos arrastre y nos permite comprender la irrealidad de cuanto creemos y pensamos en el día a día. Sin embargo, a menudo esto puede resultar difícil, pues la mente está acostumbrada a vivir en su mundo dual, creando nombres y formas a su alrededor, sobre todo cuando ya tenemos una cierta edad y tenemos un ego muy «trabajado».
Pero existe otra vía para salir de la dualidad: apreciar la impermanencia de las cosas. Cada instante es nuevo y a la vez viejo. Todo nace y muere. Si eres capaz de observar sin juicio comprenderás esto: cada sonido, cada imagen, cada pensamiento, cada persona, cada mundo… todo viene y va, aparece y desaparece ante la conciencia que lo observa sin dejar rastro. Para la persona esto puede resultar aterrador, pues muestra claramente que ella misma está destinada a desaparecer, antes o después. De hecho, la vida de una persona es sólo un instante efímero, mucho más de lo que la mente quiere creer.
Contemplar la naturaleza es un perfecto ejercicio para comprender la belleza de lo efímero |
Vivir la belleza lo efímero significa aceptar este hecho de manera sincera, comprender que toda resistencia es inútil: las mil formas vienen y van en una danza sin fin, pero el Ser despierto no lucha, no se aferra a una u otra forma, no intenta pervivir en el tiempo. Deja que la existencia siga su curso y aprende a valorar cada instante como algo único, que no volverá. No hay nada donde agarrarse, ninguna promesa que alcanzar y, al mismo tiempo, una vez dejas ir y abrazas la impermanencia, habrás encontrado la eternidad. Ya no te importará el tiempo, la vejez o el sufrimiento, pues también son algo efímero.
tras leer este post me he dado cuenta de que el fin de la meditación es ser consciente de la belleza e impermanencia de cada momento, y aceptarlo como es. Gracias por ayudarnos a ser un poco más conscientes.
Gracias a ti por tu comentario, Kwashy. En efecto, ese es el fin no sólo de la meditación sino de toda búsqueda. No se puede alcanzar la paz interior sin comprender la naturaleza perecedera de las cosas, incluso de nuestra propia persona.La aceptación trae la paz.
Un abrazo