Uno de los mayores miedos a los que se enfrenta el ser humano es el miedo a la pérdida. Miedo a perder a un ser querido, a perder el trabajo, a perder las posesiones materiales, a perder la vida… Todo gira en torno al «yo» y «lo mío», por supuesto, pero hablar de ello es más fácil que afrontarlo y se requiere una atención despierta y mucho valor para no ser arrastrado por las circunstancias del mundo.
Tu mundo nunca fue tuyo
Este es el primer hecho que hay que aceptar para superar el miedo a la pérdida y, sin ninguna duda, es una de las cuestiones más difíciles de aceptar para el «yo». Saber que toda tu historia personal, lo que has sido, lo que crees ser y lo que «serás» es tan sólo una interpretación, un conjunto de ideas que rondan tu mente y que, en algún momento, has aceptado como reales, puede hacer que todo tu mundo se vuelva boca abajo.
Pero ese es precisamente el camino: afronta la verdad, acepta que el mundo que te rodea, tu historia, tu cuerpo y tu propio «yo soy» son algo pasajero, transitorio, que no van a estar siempre ahí. Esta aceptación que, en un principio, puede parecer algo terrible, en realidad te otorgará algo mucho más valioso que el mundo: la paz interior, aquí y ahora. Acepta la impermanencia del mundo y será entonces cuando podrás disfrutar cada instante, pues lo harás sin pasado ni futuro, sin expectativas, sin miedo.
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La pérdida es uno de los grandes maestros del ser humano. |
Aprende a dejar marchar
Este es el segundo hecho que debes afrontar: tus seres queridos también desaparecerán un día. Por supuesto, nuevamente es el «yo» el que recrea «mi mundo y lo mío» y ahí entran las personas que le rodean. Son además quienes parecen dar un sentido de realidad a su historia personal, corroborándola en el tiempo.
Pero igual que tu propia persona, aquellas que te rodean también te abandonarán un día. Acéptalo y vive cada instante con ellas de una manera plena, sin pasado, sin rencores, sin expectativas. No crees conflicto en torno a ello, intentando mantenerlas a tu lado. Abandona el papel de víctima y afronta los hechos, sin juicio, sin culpables. Déjales ir, pues nunca han sido tuyas. En realidad, nada real se pierde, sólo lo irreal desaparece.