Sólo el cambio permanece

Cuando las circunstancias externas parecen darnos la
espalda, cuando el mundo “se vuelve en nuestra contra”, resulta fácil para el
ego adoptar su habitual papel de víctima. Pero en esos momentos resulta
indispensable observar el juego de la mente, ver cuáles son los verdaderos
problemas: la resistencia al cambio y el miedo a la pérdida. El apego a las
circunstancias que el yo considera buenas hace que, tarde o temprano, se tenga
que enfrentar al dolor de perder “lo que es suyo”.

Sin embargo, la observación sin
juicio te permitirá comprender que, en realidad, nada es tuyo. Lo que crees
ser, lo que crees tener, tus seres queridos… no te pertenecen, no son de tu
propiedad y nunca lo han sido. Las circunstancias que te rodean vienen y van,
sin detenerse. Es la idea de un “yo permanente” la que te ata, la que te lleva
a elegir unas circunstancias y evitar otras, dando lugar a un sufrimiento sin
fin.

Acepta la realidad: tu historia
personal y tu mundo son pasajeros. No siempre estarán ahí. Deja que surjan y
desaparezcan de forma natural, sin lucha y serás libre, sin expectativas ni
miedos.

Cuando el mundo que nos rodea se derrumba, cuando las
circunstancias son “negativas”, es relativamente fácil tomar la decisión de ir
más allá, de abandonarlo todo. Pero, ¿qué pasa cuando todo parece ir bien?  ¿Y si estamos donde queríamos, rodeados de
éxito y todo parece ir bien? ¿Y qué hay de esos momentos en los que el “yo” se
siente realizado, satisfecho con “lo que tiene”? En esos momentos puede
resultar mucho más difícil abandonar la historia personal y dejar atrás todo
aquello que parece ser bueno.

Sin embargo, el verdadero valor debe surgir precisamente en
esos momentos de “bondad” pues sólo si eres capaz de ir más allá de lo bueno y
lo malo, más allá de elecciones y apegos, serás capaz de trascender el
sufrimiento. Recuerda: lo bueno también termina. Sólo el cambio permanece.