En las últimas semanas estoy pasando bastantes horas al día en un hospital, a causa de la enfermedad de un familiar cercano. Esto me está permitiendo observar de cerca cómo afrontan las personas la enfermedad y la muerte.
En esos últimos momentos, cuando la vida física se acerca a su fin, o simplemente ante una enfermedad de cierta gravedad que obliga al enfermo a estar en una cama, en manos de los médicos, el «yo» se aferra a sus creencias y dioses, no sin cierta duda, en busca del consuelo que la mente no parece encontrar en las circunstancias que le rodean. Pero en esos momentos aparece una cuestión a la que, en condiciones normales, la persona no habría prestado atención: todas esas ideas, esas creencias en un «mundo mejor», no eran propias, sino que es lo que ha oído, lo que otros le han dicho.
Ante la realidad inevitable de la enfermedad y la muerte, las creencias basadas en ideas externas terminan por no proporcionar ningún consuelo, pues son ideas no comprobadas ni experimentadas por uno mismo. La duda ocupa el lugar de la fe normalmente en esas situaciones, por mucho que queramos impedirlo.
Acepta el dolor y aprende a mirar más allá del sufrimiento. Cuadro de Jean Louis Théodore Géricault – La Balsa de La Medusa, Museo del Louvre. (Wikipedia) |
Nuevamente, la aceptación es el primer paso hacia la paz
En primer lugar, acepta los hechos: tu cuerpo, tu mente y tu historia personal tienen fecha de caducidad. Lo que crees ser, desaparecerá y no dejará rastro. Todo lo que empieza tiene un fin y tu nombre y tu forma no son ajenos a ese hecho. Pero eso no debe desalentarte o entristecerte porque, realmente, ¿qué es lo que vas a perder? ¿Qué hubo de real en toda esa historia, desde el principio?
¿Te lo habías preguntado antes?
¿Te lo habías preguntado antes?
El segundo hecho a aceptar viene a consecuencia de esas preguntas: no sabes qué eres, no conoces la realidad última y no tienes forma de «aprenderla o comprenderla». La Realidad es desconocida y siempre lo será para tu mente. Abraza lo desconocido, quédate en esa nada aparente, sin pasado ni futuro. ¿Qué hay ahí? Sólo puedes vivirlo, experimentarlo, pero en ningún caso comprenderlo o razonarlo.
Cuando tu mundo personal se desvanece a causa de la enfermedad y la muerte, puedes aprovecharlo para dejar atrás tu pasado, tus miedos y tus esperanzas y, aquí y ahora, encontrar la paz contigo mismo. Abraza el dolor como una vía para ir más allá de tu mente y del sufrimiento. Deja que el mundo sea como es, sin lucha, sin conflicto y habrás vuelto a casa.