Retomo aquí uno de mis temas preferidos y, sin duda, una de las cuestiones de las que más suele costar hablar a la mayoría de las personas: la muerte. Buda decía que la muerte había sido su mayor maestro y, sin ninguna duda, es nuestro mejor aliado para despertar, pues no existe ningún otro medio tan efectivo para abrir nuestros ojos a la verdad.
Nada de lo que aquí tienes permanecerá
Presta atención a las actividades que ocupan tu tiempo a lo largo del día y verás cómo la mayor parte de ellas tienen un denominador común: ir a hacer la compra, trabajar, hacer la colada, etc.; todas persiguen un futuro, buscan alcanzar un fruto a cambio de «tu tiempo». Aunque muchas de ellas puedan parecer insignificantes, todas son un reflejo de un instinto interno mayor: la búsqueda constante de la permanencia.
Si observamos la historia, veremos cómo reyes, emperadores y toda clase de líderes se han preocupado siempre por dejar un legado que les sobreviva. Grandes monumentos, obras arquitectónicas imposibles… siempre con una idea fija en mente: dejar constancia de su paso por este planeta, de su influencia en el devenir de la raza humana. ¿Consiguieron su objetivo? ¿Las construcciones materiales les han permitido burlar a la muerte y alcanzar la ansiada eternidad? Es evidente que no.
Ninguna obra material, ninguna idea, ningún ser querido, ninguna posesión, nada de todo eso te acompañará en la muerte. Cuando se produce la disolución del ego, cuando el cuerpo y la mente se apagan, ¿qué queda? Todo lo conocido desaparecerá con el último suspiro, así que de nada te servirá aferrarte a tu «yo», a tu historia personal, pues sólo es un recuerdo en tu memoria, que también se disolverá.
Representación gráfica del juicio final, según el Libro Egipcio de los Muertos |
Más allá de la esperanza, más allá del pasado y del futuro. Ahí comienza la eternidad.
La pérdida de esperanza del «yo» no debe asustarte, ni causarte malestar. Más bien es al contrario: sólo cuando no existe una expectativa de futuro, cuando abandonas toda lucha y te rindes a la realidad, estarás preparado para abrir la puerta a lo desconocido.
Piénsalo bien: ¿qué tenías cuando naciste? ¿qué ideas te acompañaban cuando abriste los ojos a este mundo? ¿dónde estaba tu historia personal? Nada de eso te importaba en el nacimiento y, sin embargo, te preocupa y te hace sentir mal cuando piensas en que podrías perderlo con la muerte. ¿Quién está preocupado? ¿Quién teme perder lo que tiene, su pasado o su futuro? Es evidente que ese «alguien», tan asustado por la muerte, no estaba ahí en el nacimiento, no eras tú antes de nacer, sino que ha aparecido después. Por tanto, es parte de lo sucedido aquí, en el mundo y, como todo lo señalado anteriormente, no te acompañará en la muerte.
Más allá de la esperanza, más allá del tiempo, más allá de la historia personal, más allá del miedo y más allá de todo lo que alguna vez has creído ser o conocer, está tu Realidad última. Ese es tu origen y tu final. Las palabras sólo pueden apuntar en esa dirección, pero eres tú quien debe descubrirlo, quien debe quitar el velo de la ignorancia y la identificación. Entonces estarás abierto a la existencia sin características, sin límites, sin tiempo. Esa es la verdadera Eternidad. Ahí ya no hay miedo, ni nacimiento, ni muerte.
¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se va más allá del «Yo soy»? Si surge esa pregunta en tu mente, es que todavía no has entendido nada.