Permitidme que continúe en este post con mi pequeño análisis sobre el mayor de los miedos del ser humano: la muerte.
Al contrario que los animales (aunque al parecer hay algunas excepciones), el humano es el único ser vivo de este planeta con consciencia de su realidad última. La capacidad de raciocinio, de análisis y de pensamiento lógico conlleva, además de un gran potencial, una pesada carga: el miedo psicológico.
El origen del miedo
El miedo tiene muchas manifestaciones diferentes: al abandono, a la muerte, a la pérdida, al sufrimiento, al dolor, al futuro, al pasado… Pero todas nacen de una misma raíz: el apego. Sólo algo a lo que nos aferramos, algo que queremos mantener con nosotros para siempre, se convertirá en un problema si un día debemos dejarle marchar. El apego tiene múltiples manifestaciones también: a los seres queridos, a nuestras posesiones materiales, al dinero, a nuestra identidad, etc. Pero igualmente, su raíz nace de una idea original, que es la idea de ser un individuo, un ser separado de todo cuanto nos rodea y que, por lo tanto, debe buscar un medio de supervivencia ante un entorno hostil.
Este apego a uno mismo, a nuestra historia personal, es la principal causa del miedo a la muerte. La idea de ser una persona crea una sensación de permanencia, en la que aparentemente todos los acontecimientos que suceden dentro del campo de la conciencia tienen una especie de hilo conductor, como la sucesión de imágenes de una película. Esto genera una fuerte identificación con nuestro pasado, nuestros recuerdos y es una fuente casi inagotable de sufrimiento. Como reza el dicho, «cualquier tiempo pasado fue mejor». Ese es el modo en que funciona el ego. Se aferra a un pasado irreal, tergiversado y manipulado por una mente enfocada en una única idea: sobrevivir a cualquier precio.
Escultura de Hades, el Dios griego de la muerte (Plutón en la mitología romana) junto a Cerbero, el perro de 3 cabezas guardián del Inframundo (al que también se llamaba Hades). |
Donde termina el ego comienza la conciencia
Pero, ¿por qué necesita el ego sobrevivir? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque no existe. Nunca ha existido esa persona imaginaria que parece albergar tu mente. Todo es una simple imagen mental, una idea de «algo que habita en mi mente». Tu persona, tu historia de vida, es algo irreal, una ilusión. Leído así puede parecer extraño, pero esa es realmente la relación del ser humano consigo mismo.
Si prestas atención a tus pensamientos y a cuanto sucede en tu interior de manera sincera, si observas sin juzgar todo cuanto acontece y toda reacción, verás que todo son simples ecos de una imagen formada en la memoria. Ni siquiera es un pasado real, sino una idea acerca de ese pasado, de esos acontecimientos que sucedieron aparentemente dentro de una historia personal que «permanece». Pero no es así. Tu personalidad no es la misma hoy que ayer. Ni siquiera de un instante a otro, la personalidad se crea continuamente a través de reacciones automáticas a cuanto sucede. De ahí que en ocasiones estés de buen humor y otras triste, enfadado, animado, desanimado… todo son simples reacciones mentales. No hay ningún experimentador que permanezca ahí en todo momento.
El Buda Sakyamuni a menudo utilizaba las flores para explicar cómo la muerte está en todo cuanto nos rodea y no hay por qué temerla ni odiarla. La naturaleza y sus estaciones constituyen un exquisito ejemplo de muerte y renacimiento. |
Los acontecimientos que suceden en el campo de la conciencia parecen suceder a lo largo de una línea de tiempo continuada. Pero esto no es más que una cuestión subjetiva. El observador, para poder separarse de lo observado, necesita separar también los acontecimientos, las experiencias y, de algún modo, «vivirlas una por una». Sólo existe un tiempo: el Ahora. Nunca ha sido de otro modo y nunca lo será. El Ahora es el campo donde la conciencia crea las mil formas, pero es la identificación con una de esas formas, con un cuerpo material separado del resto, lo que crea la perspectiva de personalidad individual. Hablaré con más detalle de este punto en el próximo capítulo sobre la muerte.
Para concluir esta parte, baste decir que el miedo a la muerte no se puede trascender a través de técnicas mentales, ni del estudio psicológico de sus causas. Sólo hay una vía para ir más allá de este miedo: abandonar el apego a uno mismo. La idea de ser una persona con una historia, con un pasado y un futuro nace de una confusión: la conciencia de ser se confunde con aquello que sucede en su interior. La aparente dualidad entre observador y observado crea un falso sentimiento de yo permanente. Eso es lo que temes abandonar, lo que temes perder. Supera ese apego y dejarás de temer a la muerte pues, sencillamente, no existe ningún «yo» y por tanto no hay nada aquí que vaya a nacer o morir.