Voy a retomar aquí uno de los temas de más éxito de este blog y uno de mis favoritos. La muerte es, por así decirlo, la «madre de todos los miedos». No existe un miedo más visceral, más irracional y más arraigado en la psique humana que el miedo al final, a la extinción del yo, a la desaparición de todo lo que uno cree ser o haber sido en algún momento.
El ser humano es el único animal de este planeta que es consciente de su propia mortalidad, lo que conlleva asociada la inevitable certidumbre acerca de su final. Este conocimiento de la propia mortalidad ha sido uno de los grandes dramas del hombre y sigue siendo una gran fuente de miedo y terror. Profundicemos un poco en esta certeza y lo que significa para la vida del «yo soy».
La muerte es inevitable… y necesaria. Acéptalo.
De nada sirve mirar hacia otro lado. Por mucho que la mente esté distraída en otras cosas, por muchas ocupaciones que tengas, nada evita que en tu interior resuene esta verdad: la muerte siempre está ahí. Llegará en algún momento, es inevitable. Da igual si tienes una buena o mala salud. Da igual si tienes mucho o poco dinero. Nada puede evitar el fin último de todo ser viviente: todo lo que tiene un principio, también tendrá un fin.
Deja que el miedo se manifieste, no mires a otro lado. Es algo natural y no hay por qué avergonzarse ni negarlo. Obsérvalo sin juicio y sé honesto: ¿qué es lo que temes realmente? ¿Qué puedes perder? La respuesta es evidente: con la muerte perderás tu historia personal, tu identidad. Nada quedará de todo lo que crees o has creído ser en algún momento. ¿Por qué es eso tan malo? Porque es todo lo que conoces, todo lo que hay en tu mente y tu memoria.
Pero seamos honestos también: la muerte es necesaria. La desintegración de la individualidad es lo único que realmente da sentido al mundo. Las formas y los nombres aparecen y desaparecen en una danza sin fin, eterna y así es como debe ser. ¿De qué te serviría una eternidad entera de sufrimiento, preocupaciones, dramas y miedos? ¿Podría haber mayor tormento que ese? Imagina una vida sin fin, llena de las frustraciones y preocupaciones del día a día… ¿realmente merecería la pena? Pese a la resistencia y el miedo, en el fondo, en propio «yo soy» anhela el final, el descanso.
Al igual que una estatua de arena, el «yo soy» es pasajero. No te aferres a él, deja que todo siga su curso. |
Sólo lo que ha nacido morirá
Ya he señalado antes todo lo que vas a perder cuando llegue la muerte: tu historia personal, tu pasado, tu futuro, tu «yo». Pero, ¿qué significa todo eso para ti? ¿Qué es lo que realmente vas a perder?
Esta es la clave verdadera de la búsqueda del Despertar, del camino espiritual o como queramos llamarle: encontrar lo que eres realmente. Descubrir por qué no hay ningún drama en la muerte del «yo soy». No tienes nada que perder, porque nunca has tenido nada. Todo lo que has creído ser sólo eran ideas, pensamientos ordenados en base a diferentes juicios y percepciones pero que, igual que surgieron un día, desaparecerán en la nada absoluta.
Abandona todo cuanto eres, abandona todo lo que tienes. Deja de intentar resistirte a lo inevitable.
Todo lo que ves, piensas, escuchas o sientes en este momento dejará de estar ahí, tarde o temprano. Deja que el mundo pase a través de ti, que todo siga su curso, que la vida se siga moviendo. Observa cómo siempre ha sido así: todas las situaciones, todos los momentos que «has vivido» en realidad no te pasaban a ti, sino que sucedían. ¿Los trajiste tú al momento presente? ¿O surgieron de forma espontánea? ¿Tuviste algo que ver en su desenlace? El «yo soy» quizá se resista a este tipo de preguntas y trate de defender su posición, pero es un esfuerzo vano. Deja que también esa resistencia pase. No hay nada ni nadie a lo que aferrarse. Acéptalo y sólo observa, Aquí y Ahora.
¿Qué sucede cuando llegas a ese estado en el que no hay un «yo soy», ni un protagonista de todo lo que está sucediendo? Sólo observando en silencio, sin lucha, sin juicio, serás capaz de vivir la respuesta. De nada sirven las palabras. De nada sirven las excusas.